Por Alberto Gonzales Zamora
Si el último libro de Leoncio Luque, “Exilio Interior”, es un canto desesperado desde la frontera del desarraigo, desde el exilio del migrante en la capital; en “Igual que la extensión de tu cuerpo” vemos una revancha del poeta, quien se reencuentra con sus raíces aymaras. En la elaboración de su tono discursivo, Leoncio Luque nos adentra en la realidad del ayllu Hachasullcata, morada de sus ancestros, en donde su antepasado el caballero Matías Luque, “roído por la muerte” describe cómo lo va royendo “el dueño del manto negro”, que ya se anuncia “con el viento trenzado de los eucaliptus”. Desde la frontera de la muerte, Luque nos adentra en los rituales aymaras que preceden al sueño eterno, desde una cosmovisión panteísta, a veces sincretista que intercala elementos cristianos y nativos, “al compás de la hoja de coca chacchamos/ y que dicta la aspereza de nuestra voz ahogada/ que devela la frontera de la vida/ y parece acabar entre insomnios y duermevelas/ Con ruegos de avemarías y cánticos tristes/ al margen del cuerpo lloran los presentes”.
En la segunda parte, el poemario se convierte en un testamento escrito ad portas de la muerte, y nos asalta la impresión de que estamos frente a un poema de redención personal, que busca reconciliar al poeta con el pasado, “He acordado otorgar antes de tiempo/ Mi testamento de paz conmigo mismo/ Como un verdadero poema digno de redención”. El poeta busca saldar así una vieja deuda con el pasado poético de “Exilio Interior”, su primer libro escrito desde la frontera del desarraigo, desde la nostalgia madurada en el alma, desde esa Lima marginal de Pamplona Alta, que no logra entender y define como la ciudad de “nubes azules/ que se fueron hace tiempo”.
“Qué esperamos de esta ciudad / de nubes azules / que se fueron hace tiempo/ hacia el exilio de aves que buscan tu fosa nasal/ Para asfixiarte/ Todo se vuelve marrón arena/nuestra vida ya no existe/ la contaminación se apodera/ De nuestro cuerpo”
A diferencia de “Exilio Interior” en donde el poeta dialoga con Casandra, quien es la salvación del sujeto poético; en su último libro, el diálogo se produce con su ancestro Matías Luque, quien es un puente tendido hacia aquel paraíso perdido en la infancia, en el ande altiplánico, “Un lugar que ustedes no conocen y/ No podrán conocer/ donde la naturaleza/ es hermosa cortando los vientos/ a toda hora”. Desde el umbral de la muerte, los versos de Matías Luque nos transportan a ese universo panteísta, prístino de colores y recuerdos evocadores de hazañas ancestrales, a “esta tierra que yace apenas / Y sueña con sus hijos inmortales/ caminando sobre su tierra fértil”. Nos transportan también a la cosecha de papas en las parcelas de tierra labradas por sus ancestros en Puno, que son la “despensa de víveres para el mundo/ preñada de muchos alimentos: charquis, ollucos…”; a los carnavales de Arapa y el Wacawaca, en donde se celebra la bonanza, junto a los amigos de la mocedad, con quienes llevará a la tumba “secretas cosas no reveladas/ de enrevesados sentimientos/ terremoto que desbordan lamentos/ y provocan dulces fantasmas que nos visitan/ bailando el carnaval de Arapa y el Wacawaca/ que parece mover el mundo con su cintura/ Y las polleras levantando al viento”
“Vana historia sin memoria/ Semilla eterna de noventa cargas de papa/ Pasto de recuerdo azul y verde”.
Postrado en su lecho de muerte, “entre quebradas experiencias”, el sujeto poético se rinde ante la fatalidad de la muerte “vaticinando desdichas/ usanzas, entre hojas de coca amarga” filosofando como un “yatiri (1) sin oficio”, sobre la “vida esparcida” como una “sucesión de engaño y sueños”.
Con la voz profética de un yatiri, el sujeto poético nos anuncia el sombrío futuro de la estancia de Quencha del Ayllu Hachasullcata, que será abandonada por sus hijos, quienes años después emigrarán hacia la capital. El poemario se convierte de esta manera, en la historia de una comunidad que desaparece en el tiempo. Una historia que se repite en todo el Perú.
“Igual que la extensión de tu cuerpo”, es un canto a la vida entonado desde el umbral de la muerte. Una carta escrita y lanzada al viento como urpi (paloma blanca). Un testamento de vida, de enorme herencia poética. Un poema de redención personal.